lunes, 19 de junio de 2017

En la muerte del Torero.

En la muerte del Torero, del héroe de esta tragedia, son muchos los que han quedado tristemente retratados. Con la experiencia de lo que ocurrió hace poco menos de un año con el fallecimiento de Víctor Barrio tras caer a merced del astado al que toreaba aquel fatídico 9 de julio, nos encontramos ahora con la caída de Iván Fandiño mientras realizaba un quite al toro de su compañero. 

Como aficionado a la Fiesta, ambas pérdidas me han producido una gran tristeza. Como cuando ha fallecido un futbolista, un piloto de motos o coches, etc. Cuando alguien joven y famoso fallece haciendo aquéllo por lo que sientes afición, verdaderamente recibes un buen golpe. Pero más allá de lo evidente, lo verdaderamente doloroso de todo esto no es tanto lo que el fallecido sabía y aceptaba como posible, a pesar de lo terrible del desenlace, sino el tratamiento que algunos agentes absolutamente podridos de esta sociedad dispensan a la memoria del caído.

Yo no conocía a Víctor Barrio; seguro que había leído su nombre en algún sitio y habría visto alguna foto suya, pero no conocía ni su tauromaquia ni su trayectoria. El caso es que esto no me supuso obstáculo alguno para sentirme herido en lo más profundo de mi ser por algunas de las barbaridades que entonces leí celebrando la muerte del Torero. Incluso, en el colmo de la lesa humanidad de los engendros que se escondían tras alguna cuenta de Twitter o Facebook, los había que se atrevían a citar expresamente a la siempre admirable viuda de Víctor Barrio, Raquel Sanz, por si había alguna opción de que se quedara sin leer la absoluta barbaridad que nacía de sus mentes enfermas.

Esta vez, con la tristísima noticia del fallecimiento de Iván Fandiño, al que sí he conocido como Torero, me he propuesto no ver en lo posible las salvajadas de muchos animalistas en redes sociales. A pesar de ello, ha sido misión imposible porque los tontos, oficialmente, han ganado: se han propuesto hacerse famosos a base de soltar la ordinariez más gorda y son bastantes los que lo han conseguido. A ver si algún juez valiente hace lo que verdaderamente habría que hacer.

Porque en mi opinión, y pese a no ser especialista ni mucho menos en el tema, el derecho constitucional a la libertad de expresión tiene que dejar de ser el paraguas para estas actuaciones. La libertad de expresión es el derecho de los unos a decir que no les gustan los toros y querrían que se prohibieran, el de otros a expresar que en el toreo ven un arte imprescindible en nuestra historia, el derecho a decir, por ejemplo, si nos gustan o no nos gustan los políticos que nos gobiernan, etc. Pero nunca, nunca, puede ser la excusa para burlarse e insultar a la memoria y a la familia de una persona que ha fallecido de manera trágica haciendo una actividad amparada por nuestra legalidad y, por ende, absolutamente legal.

Vaya desde aquí mi más enérgica repulsa contra esos infraseres que viven la diferencia deseando y celebrando la muerte del diferente. Creen ser más avanzados, creen ser más amigos de los derechos y de las libertades y, sin embargo, no son más que insignificantes dictadores muy necesitados de algo productivo en lo que ocupar sus vidas.

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